23 de septiembre de 2009

¿Donde jugarán los niños?

Hoy comparto con vosotros algunas reflexiones de un futuro papá.

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Por más ramitas que juntemos en lo individual, lo cierto es que nuestras crías pronto deberán enfrentar la ciudad, ese gran bosque que hemos edificado para vivir en lo colectivo. Y no es necesario ser genio para saber que nuestro bosque está enfermo. El hábitat que nuestros padres y abuelos construyeron para nuestra protección se ha convertido en fuente de nuestros miedos y fobias.

No es casualidad que hoy quienes tienen dinero lo gastan construyendo burbujas para sus hijos: casas con bardas altas, fraccionamientos con parques privados, escuelas con inscripciones exclusivas, automóviles que permiten desplazarse sin tener que interactuar con los demás. Somos los seres sociales más antisociales que existen.

Con voz firme pedimos a nuestros hijos: “nunca hables con extraños”. Y después contratamos un ejército de ingenieros y arquitectos para asegurarnos que ni siquiera tengan la oportunidad de desobedecer. Muchos niños pasan los primeros años de sus vidas sin sentir nunca un espacio público. Crecen de la cuna al coche a la casa de la tía. Y entre cada uno de estos destinos hay un trayecto, en lugar de existir un paseo.

Parece casi inevitable. Criamos una generación de niños protegidos, pero descontextualizados. Les enseñamos que lo diferente es peligroso, y que lo desconocido debe evitarse. Las burbujas se revientan tarde o temprano, y lo que queda es una población de ciudadanos que fácilmente transforman el miedo de sus padres en intolerancia. Y el ciclo habrá de repetirse con mayor intensidad, cuando nuestros hijos tengan a nuestro nietos.

No culpo a nadie. Vaya que la ciudad es peligrosa. [...]

Por una parte siento la responsabilidad de proteger a mi hijo, de abrazarlo tan fuerte que nunca tenga cerca nada ni nadie que pueda amenazarlo. Pero por la otra, quiero que crezca gozando la ciudad. Que corra en las calles, que descubra sus rincones en bicicleta, que haga amigos en el parque de la colonia. Quiero que llegue con cortadas en las rodillas, o con un vaso lleno de hormigas, o cargando un perro que encontró en la esquina.

Deseo profundamente que mi hijo tenga constantes oportunidades para hablar con extraños. Quiero que se nutra de la diversidad, que aprenda que las ideas de los demás no son equivocadas solo por ser diferentes. Quiero que mi hijo deje de ser mi calca, y que al inmiscuirse en el contacto con la sociedad, encuentre su propia individualidad. Pero también quiero que salve el pellejo.

[...] Lamentablemente nuestro instinto social parece perder la batalla. Pareciera que como especie estamos “evolucionando”. Cada vez más familias reaccionamos como gaviotas: Preferimos el islote más alejado y el risco más escarpado para criar a nuestros hijos.

Parecemos olvidar que el ser humano pudo conquistar este planeta precisamente porque buscó soluciones colectivas a problemas individuales. En lugar de desperdiciar nuestro esfuerzo y recursos en construir burbujas privadas, deberíamos concentrarnos en recuperar juntos nuestras ciudades. Nuestro hábitat está enfermo, y nuestro abandono contribuye a su declive. Hay que llenar las calles de carriolas. Hay que ocupar cada columpio. Hay que llenar el silencio con risas.

Por supuesto que hay riesgos, pero solo si los enfrentamos colectivamente podremos reducirlos. Necesitamos del gobierno. Necesitamos de los grupos vecinales. Necesitamos de las iglesias. Pero sobre todo, necesitamos de familias dispuestas a mostrarles a sus hijos que hay alternativas.

Fuente: http://www.ciudadposible.com/2009/09/donde-jugaran-los-ninos.html

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